
Participacion Ciudadana
Por: Luis Carlos Herrera Montenegro
Pretendemos abordar cuál es la concepción de participación ciudadana, que papel juega el ciudadano: ¿es un derecho que debe exigirse?, como ejerce la participación el ciudadano en la democracia directa e indirecta, ¿estamos frente a la nueva concepción de la democracia moderna?.
En el desarrollo del tema veremos que la participación ciudadana es el modo legítimo de actuar en democracia. No puede existir democracia sin participación. Por ello, y aún teniendo en cuenta que los representantes elegidos democráticamente son actores legítimos del sistema, los ciudadanos deben estar presentes en los procesos de análisis, diseño, elaboración y ejecución de las acciones de gobierno.
La participación ciudadana tomo fuerza como concepto a partir de la década del ochenta y en especial, en la década del noventa. Su auge tuvo lugar en el mismo momento en que se acrecentó el desprestigio de lo político. Existe una gran cantidad de defensores de la democracia representativa, como de la participativa, al final, lo importante es que la democracia moderna reconozca al ciudadano, como el centro y soberano del poder, que lo legitima para intervenir en las decisiones que afectan su vida y la de la colectividad.
I. Marco conceptual.
Participar, en principio, significa "tomar parte": convertirse uno mismo en parte de una organización que reúne a más de una sola persona. Pero también significa "compartir" algo con alguien o, por lo menos, hacer saber a otros alguna noticia. De modo que la participación es siempre un acto social: nadie puede participar de manera exclusiva, privada, para sí mismo. La participación es un acto social, colectivo, y el producto de una decisión personal. Y no podría entenderse, en consecuencia, sin tomar en cuenta esos dos elementos complementarios: la influencia de la sociedad sobre el individuo, pero sobre todo la voluntad personal de influir en la sociedad.
La participación ciudadana cobra fuerza como concepto a partir de la década del ochenta y en especial, en la década del noventa, que se acrecentó el desprestigio de lo político. Lo que deja ver el nuevo concepto de participación que hacía referencia a la participación de actores no tradicionales en la toma de decisiones, inscriptos en organizaciones sociales que no se relacionaban con los aparatos u orgánicas partidarias.
La participación, tiene mayor aceptación que la otra palabra que se utiliza para explicar el funcionamiento de la democracia hasta hace poco: la representación. Cuando nuestros representantes formales no cumplen su papel de enlace entre el gobierno y los problemas puntuales de una porción de la sociedad; participamos para cuidar los intereses y los derechos particulares de grupos y de personas; participamos, para corregir los defectos de la representación política que supone la democracia, pero también para influir en las decisiones de quienes nos representan y para asegurar que esas decisiones realmente obedezcan a las demandas, las carencias y las expectativas de los distintos grupos que integran una nación. Frente a esta realidad, la sociedad civil, exige mayores espacios de participación, entendiendo que la representación es un término insuficiente para darle vida a la democracia.
En los países y las regiones, la participación adopta formas distintas, y cada una de ellas tiene consecuencias diferenciadas. Pero lo que debe quedar claro es que la democracia requiere siempre de la participación ciudadana, más allá de un proceso electoral. Existe un creciente uso de los términos participación y participativo y una gama de enfoques al describir los modelos de la democracia, que apunta hacia nuevas formas de ver la participación ciudadana, para mejorar la interacción entre los ciudadanos y los actores del gobierno, para revitalizar a la democracia y la gobernabilidad.
En la década de los noventa, muchos países de América Latina adoptaron leyes nacionales de participación, como resultado de la creciente democratización y presión de nuevos actores sociales emergentes, incluso, movimientos populares, ONG y administraciones progresistas,[1] porque como dijera Benjamín Franklin “ La satisfacción de los pobres, es la riqueza de los ricos y su insatisfacción, es la pobreza de los ricos” . En otras palabras, los movimientos sociales en nuestra región, han impulsado desde abajo, gran parte de la legislación que abre espacios a la participación ciudadana. Incluso se han firmado pactos entre la sociedad civil y los representantes de partidos políticos, como es el caso de Panamá, con la idea de repensar el país, dentro de procesos de concertación, donde se incluyen serios compromisos, entre ellos en la modificación de la legislación , la descentralización, la participación ciudadana, la equidad de género, entre otras,” que no resuelven, sin duda el problema del poder en la sociedad por sí solos, pues están factores como la estratificación social y el poder del Estado “[2]
Entre los antiguos, definitivamente no podían imaginarse la igualdad ante la ley, y que tuvieran el mismo derecho a participar en la elección de sus gobernantes. No todos gozaban de la condición de ciudadanos. Era necesario haber nacido dentro de un estrato específico de la sociedad, o haber acumulado riquezas individuales, para tener acceso a la verdadera participación ciudadana. Las ciudades griegas más civilizadas practicaban, ciertamente, la democracia directa que algunos políticos contemporáneos proclaman. Pero en esas ciudades no había ninguna dificultad para distinguir entre representación y participación, porque la asamblea abarcaba a todas las personas que gozaban de la condición ciudadana.
Hemos revisado el concepto de participación, pero como entender la ciudadanía, mucho se ha escrito al respecto, pero a nuestro modo de ver, esta se refiere a la identidad política común que tenemos las personas que aún cuando nos identifiquemos con distintos tipos de derechos y su ejercicio, con distintos tipos de necesidades y su satisfacción, aceptamos someternos a las reglas que determina el Estado o la comunidad política.
Al decir de Sanhuesa, la ciudadanía puede entenderse como un principio de articulación que incluye todas las posiciones de las personas, reconociéndose lealtades específicas y respetando la libertad individual. Por lo tanto, algunos elementos básicos para el concepto de ciudadanía son:
1. Coexistencia de derechos individuales y colectivos. Vemos una ciudadanía "específica", "particular" que se agrupa para reivindicar derechos colectivos.
2. Lo público no es sólo lo estatal, lo público nos pertenece a todos, por lo tanto las visiones tecnocráticas de la gestión pública no sirven en la construcción de ciudadanos, ya que nos quitan protagonismo y propiedad.
3. La ciudadanía emerge como un asunto político, como parte de un proceso por construir, estrechamente vinculado a la negociación de intereses presentes en ella. [3]
Un aspecto que no podemos soslayar, es la necesidad de reconocer que la participación ciudadana es un derecho. Es un pilar del fortalecimiento de la democracia y de la gobernabilidad democrática, permite estar más cerca del ejercicio de la responsabilidad pública, e incluso tener responsabilidad en ella. Aumenta la comprensión del quehacer público y el conocimiento de lo que hace realmente. Facilita la transparencia y el control social.
Como persona nos corresponden los derechos civiles, que son derechos inherentes a nuestra condición humana. Son derechos civiles, la vida, la libertad, la propiedad, expresar libremente el pensamiento, etc. Todo tipo de discriminación atenta contra los derechos civiles.
Como miembro del Estado nos corresponden los derechos políticos, que nos habilitan para tomar parte en la vida cívica del país. El concepto de participación ciudadana es una expresión del ejercicio de nuestros derechos políticos.
Consideramos importante para la comprensión del tema las precisiones conceptuales que realiza la profesora Breñasa:
“1- A fin de desagregar el concepto, vamos a postular que una primer instancia de la participación es la información: con ella, dejamos de ser objetos pasivos de las políticas, porque ellas aparecen ante nuestro discernimiento con formas definidas, y esto abre la posibilidad de promoverlas, favorecerlas o interpelarlas. Pueden, incluso, caer en el área de nuestro desinterés, pero este desinterés será fruto de una decisión y no del desconocimiento.
2- Una instancia superior de participación es la consulta: el sujeto es consultado acerca de la decisión a tomar, y esto puede ser, según lo haya diseñado el decisor, vinculante o no vinculante con la decisión que finalmente tomará.
La metodología propia para este tipo de participación son las reuniones de consultas, foros, comisiones y consejos, nuevas técnicas sociométricas de obtención de opinión –encuestas de opinión- con grados diferentes en cuanto a la posibilidad de influir en la decisión. Las consultas y audiencias públicas, la banca del ciudadano, fueron otras metodologías promovidas en este campo.
3- Una tercera instancia participativa ya refiere al protagonismo social: los participantes son protagonistas del destino de la comunidad, de su proyecto colectivo, y por lo tanto hacen su aporte desde el mismo momento de gestación del proyecto de gobierno. Conceptos como compromiso y militancia están íntimamente vinculados a este protagonismo, ya que en estos casos el proyecto de vida personal, familiar y/o grupal, son parte del proyecto comunitario.
Los talleres de planificación, el presupuesto participativo, los gabinetes itinerantes, las unidades de gestión local u otras formas descentralizadas del gobierno local, son metodologías que pueden acompañar este protagonismo. [4]
II. Participación ciudadana y democracia moderna.
Se observa que en las últimas dos décadas, un incremento en la legislación y la formulación de políticas para proporcionar nuevas oportunidades para la participación ciudadana, reconociendo que los ciudadanos son el centro del cual emana el poder en sistemas democráticos y la posibilidad de que ejerzan ese poder a través de medios directos e indirectos. La democracia directa ofrece a los ciudadanos un control más grande que la democracia representativa.
La idea clave que dio paso a la democracia moderna, fue la soberanía popular. Si los reyes soberanos sólo respondían ante Dios, los representantes políticos del Estado moderno han de responder ante el pueblo que los nombró. Los votos no les conceden una autoridad ilimitada, sino la obligación de ejercer el poder público en beneficio del pueblo. De acuerdo con la formulación clásica de Abraham Lincoln, es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. En este sentido, buena parte de la evolución de los regímenes democráticos se explicaría como un esfuerzo continuo por hacer más responsables a los gobiernos frente a la sociedad.
Norberto Bobbio,[5] por ejemplo, ha escrito que la verdadera democracia de nuestros días ha dejado de cumplir algunas de las promesas que se formularon en el pasado y ha culpado a los partidos políticos de haberse convertido en una de las causas principales de esa desviación. Pero antes que él, otros intelectuales ya habían advertido sobre la tendencia de los partidos a convertirse en instrumentos de grupo más que en portadores de una amplia participación ciudadana. Y ahora mismo, uno de los problemas teóricos y prácticos de mayor relevancia en las democracias occidentales consiste en evitar que las grandes organizaciones partidistas se desprendan de la vida cotidiana de los ciudadanos. A finales de siglo XX e inicios del presente, los debates sobre los mandatos imperativos que, como vimos, acompañaron el surgimiento de la democracia, han sembrado también dudas nuevas sobre el verdadero papel de los partidos políticos como conductores eficaces de las múltiples formas de participación ciudadana que se han gestado en los últimos años. De ahí, en fin, que no pocos autores hayan acabado por contraponer los términos de representación y de participación como dos vías antagónicas en la construcción de la democracia.
“Conservar un cierto equilibrio entre la participación de los ciudadanos y la capacidad de decisión del gobierno es, quizás, el dilema más importante para la consolidación de la democracia. De ese equilibrio depende la llamada gobemabilidad de un sistema político que, generalmente, suele plantearse en términos de una sobrecarga de demandas y expectativas sobre una limitada capacidad de respuesta de los gobiernos. Término difícil y polémico, que varios autores interpretan como una trampa para eximir a los gobiernos de las responsabilidades que supone su calidad representativa, pero que de cualquier modo reproduce bien las dificultades cotidianas que encara cualquier administración pública. Los recursos públicos, en efecto, siempre son escasos para resolver las demandas sociales, aun entre las sociedades de mejor desarrollo y mayores ingresos.”[6]
El ciudadano de nuestros días está lejos de la obediencia obligada que caracterizó a las poblaciones del mundo durante prácticamente toda la historia. La conquista de los derechos que condujeron finalmente al régimen democrático -derechos civiles, políticos y sociales - cubrió un largo trayecto que culminó- si es que acaso ha culminado -hasta hace unas décadas.
El tema ha traído al tapete, la revisión del sistema democrático y las permanentes discusiones de los intelectuales y clase política de la diferencia de una democracia directa y una democracia representativa, que según Sartori, “ es que en esta última el ciudadano sólo decide quién decidirá por él ( quién lo representará), mientras que en la primera es el propio cuidadano quien decide las cuestiones: Por tanto la democracia representativa, exige del ciudadano mucho menos que la directa y puede operar aunque su electorado sea analfabeto”[7]
A manera de síntesis podemos señalar que la participación ciudadana, es el fundamento legítimo de la democracia moderna, donde el ciudadano interviene sobre los asuntos que tiene que ver el gobierno a nivel local y nacional. Es un derecho esencial, que pasa por un proceso de cambio de actitud del ciudadano frente a las decisiones y políticas que definen sus representantes, reconociendo que el ejercicio del poder, debe apuntar al beneficio del bien común y por tanto es una responsabilidad compartida, que exige al ciudadano de su participación y al gobernante, la rendición de cuentas, del poder que se le ha conferido.
[1] AmacGee Rosemary. Marcos Legales para la participación ciudadana. Logo Link 2003.Pág.33
[2] Leis Raúl R. Abrir canales de participación: descentralización y poder local. Panamà.2000.Pág.8
[3] Sanhueza, Andrea. Corporación PARTICIPA. Foro Público. Chile.2002
[4] Breñaza Claudia . Acerca de la participación ciudadana y protagonismo social. La Plata, 2003.
[5] Norberto Bobbio, El futuro de la democracia, Fondo de Cultura Económica, México, 1986, pp. 16-26
[6] Merino, Mauricio. La participación ciudadana en la democracia. Cuadernos de divulgación de la cultura democrática No..4. Publicaciones del Instituto Federal Electoral.
[7] Sartori Giovanni.En defensa de la representación política. Revista CLAVES de la razón práctica. No.91 Pág.6. 1999.
Por: Luis Carlos Herrera Montenegro
Pretendemos abordar cuál es la concepción de participación ciudadana, que papel juega el ciudadano: ¿es un derecho que debe exigirse?, como ejerce la participación el ciudadano en la democracia directa e indirecta, ¿estamos frente a la nueva concepción de la democracia moderna?.
En el desarrollo del tema veremos que la participación ciudadana es el modo legítimo de actuar en democracia. No puede existir democracia sin participación. Por ello, y aún teniendo en cuenta que los representantes elegidos democráticamente son actores legítimos del sistema, los ciudadanos deben estar presentes en los procesos de análisis, diseño, elaboración y ejecución de las acciones de gobierno.
La participación ciudadana tomo fuerza como concepto a partir de la década del ochenta y en especial, en la década del noventa. Su auge tuvo lugar en el mismo momento en que se acrecentó el desprestigio de lo político. Existe una gran cantidad de defensores de la democracia representativa, como de la participativa, al final, lo importante es que la democracia moderna reconozca al ciudadano, como el centro y soberano del poder, que lo legitima para intervenir en las decisiones que afectan su vida y la de la colectividad.
I. Marco conceptual.
Participar, en principio, significa "tomar parte": convertirse uno mismo en parte de una organización que reúne a más de una sola persona. Pero también significa "compartir" algo con alguien o, por lo menos, hacer saber a otros alguna noticia. De modo que la participación es siempre un acto social: nadie puede participar de manera exclusiva, privada, para sí mismo. La participación es un acto social, colectivo, y el producto de una decisión personal. Y no podría entenderse, en consecuencia, sin tomar en cuenta esos dos elementos complementarios: la influencia de la sociedad sobre el individuo, pero sobre todo la voluntad personal de influir en la sociedad.
La participación ciudadana cobra fuerza como concepto a partir de la década del ochenta y en especial, en la década del noventa, que se acrecentó el desprestigio de lo político. Lo que deja ver el nuevo concepto de participación que hacía referencia a la participación de actores no tradicionales en la toma de decisiones, inscriptos en organizaciones sociales que no se relacionaban con los aparatos u orgánicas partidarias.
La participación, tiene mayor aceptación que la otra palabra que se utiliza para explicar el funcionamiento de la democracia hasta hace poco: la representación. Cuando nuestros representantes formales no cumplen su papel de enlace entre el gobierno y los problemas puntuales de una porción de la sociedad; participamos para cuidar los intereses y los derechos particulares de grupos y de personas; participamos, para corregir los defectos de la representación política que supone la democracia, pero también para influir en las decisiones de quienes nos representan y para asegurar que esas decisiones realmente obedezcan a las demandas, las carencias y las expectativas de los distintos grupos que integran una nación. Frente a esta realidad, la sociedad civil, exige mayores espacios de participación, entendiendo que la representación es un término insuficiente para darle vida a la democracia.
En los países y las regiones, la participación adopta formas distintas, y cada una de ellas tiene consecuencias diferenciadas. Pero lo que debe quedar claro es que la democracia requiere siempre de la participación ciudadana, más allá de un proceso electoral. Existe un creciente uso de los términos participación y participativo y una gama de enfoques al describir los modelos de la democracia, que apunta hacia nuevas formas de ver la participación ciudadana, para mejorar la interacción entre los ciudadanos y los actores del gobierno, para revitalizar a la democracia y la gobernabilidad.
En la década de los noventa, muchos países de América Latina adoptaron leyes nacionales de participación, como resultado de la creciente democratización y presión de nuevos actores sociales emergentes, incluso, movimientos populares, ONG y administraciones progresistas,[1] porque como dijera Benjamín Franklin “ La satisfacción de los pobres, es la riqueza de los ricos y su insatisfacción, es la pobreza de los ricos” . En otras palabras, los movimientos sociales en nuestra región, han impulsado desde abajo, gran parte de la legislación que abre espacios a la participación ciudadana. Incluso se han firmado pactos entre la sociedad civil y los representantes de partidos políticos, como es el caso de Panamá, con la idea de repensar el país, dentro de procesos de concertación, donde se incluyen serios compromisos, entre ellos en la modificación de la legislación , la descentralización, la participación ciudadana, la equidad de género, entre otras,” que no resuelven, sin duda el problema del poder en la sociedad por sí solos, pues están factores como la estratificación social y el poder del Estado “[2]
Entre los antiguos, definitivamente no podían imaginarse la igualdad ante la ley, y que tuvieran el mismo derecho a participar en la elección de sus gobernantes. No todos gozaban de la condición de ciudadanos. Era necesario haber nacido dentro de un estrato específico de la sociedad, o haber acumulado riquezas individuales, para tener acceso a la verdadera participación ciudadana. Las ciudades griegas más civilizadas practicaban, ciertamente, la democracia directa que algunos políticos contemporáneos proclaman. Pero en esas ciudades no había ninguna dificultad para distinguir entre representación y participación, porque la asamblea abarcaba a todas las personas que gozaban de la condición ciudadana.
Hemos revisado el concepto de participación, pero como entender la ciudadanía, mucho se ha escrito al respecto, pero a nuestro modo de ver, esta se refiere a la identidad política común que tenemos las personas que aún cuando nos identifiquemos con distintos tipos de derechos y su ejercicio, con distintos tipos de necesidades y su satisfacción, aceptamos someternos a las reglas que determina el Estado o la comunidad política.
Al decir de Sanhuesa, la ciudadanía puede entenderse como un principio de articulación que incluye todas las posiciones de las personas, reconociéndose lealtades específicas y respetando la libertad individual. Por lo tanto, algunos elementos básicos para el concepto de ciudadanía son:
1. Coexistencia de derechos individuales y colectivos. Vemos una ciudadanía "específica", "particular" que se agrupa para reivindicar derechos colectivos.
2. Lo público no es sólo lo estatal, lo público nos pertenece a todos, por lo tanto las visiones tecnocráticas de la gestión pública no sirven en la construcción de ciudadanos, ya que nos quitan protagonismo y propiedad.
3. La ciudadanía emerge como un asunto político, como parte de un proceso por construir, estrechamente vinculado a la negociación de intereses presentes en ella. [3]
Un aspecto que no podemos soslayar, es la necesidad de reconocer que la participación ciudadana es un derecho. Es un pilar del fortalecimiento de la democracia y de la gobernabilidad democrática, permite estar más cerca del ejercicio de la responsabilidad pública, e incluso tener responsabilidad en ella. Aumenta la comprensión del quehacer público y el conocimiento de lo que hace realmente. Facilita la transparencia y el control social.
Como persona nos corresponden los derechos civiles, que son derechos inherentes a nuestra condición humana. Son derechos civiles, la vida, la libertad, la propiedad, expresar libremente el pensamiento, etc. Todo tipo de discriminación atenta contra los derechos civiles.
Como miembro del Estado nos corresponden los derechos políticos, que nos habilitan para tomar parte en la vida cívica del país. El concepto de participación ciudadana es una expresión del ejercicio de nuestros derechos políticos.
Consideramos importante para la comprensión del tema las precisiones conceptuales que realiza la profesora Breñasa:
“1- A fin de desagregar el concepto, vamos a postular que una primer instancia de la participación es la información: con ella, dejamos de ser objetos pasivos de las políticas, porque ellas aparecen ante nuestro discernimiento con formas definidas, y esto abre la posibilidad de promoverlas, favorecerlas o interpelarlas. Pueden, incluso, caer en el área de nuestro desinterés, pero este desinterés será fruto de una decisión y no del desconocimiento.
2- Una instancia superior de participación es la consulta: el sujeto es consultado acerca de la decisión a tomar, y esto puede ser, según lo haya diseñado el decisor, vinculante o no vinculante con la decisión que finalmente tomará.
La metodología propia para este tipo de participación son las reuniones de consultas, foros, comisiones y consejos, nuevas técnicas sociométricas de obtención de opinión –encuestas de opinión- con grados diferentes en cuanto a la posibilidad de influir en la decisión. Las consultas y audiencias públicas, la banca del ciudadano, fueron otras metodologías promovidas en este campo.
3- Una tercera instancia participativa ya refiere al protagonismo social: los participantes son protagonistas del destino de la comunidad, de su proyecto colectivo, y por lo tanto hacen su aporte desde el mismo momento de gestación del proyecto de gobierno. Conceptos como compromiso y militancia están íntimamente vinculados a este protagonismo, ya que en estos casos el proyecto de vida personal, familiar y/o grupal, son parte del proyecto comunitario.
Los talleres de planificación, el presupuesto participativo, los gabinetes itinerantes, las unidades de gestión local u otras formas descentralizadas del gobierno local, son metodologías que pueden acompañar este protagonismo. [4]
II. Participación ciudadana y democracia moderna.
Se observa que en las últimas dos décadas, un incremento en la legislación y la formulación de políticas para proporcionar nuevas oportunidades para la participación ciudadana, reconociendo que los ciudadanos son el centro del cual emana el poder en sistemas democráticos y la posibilidad de que ejerzan ese poder a través de medios directos e indirectos. La democracia directa ofrece a los ciudadanos un control más grande que la democracia representativa.
La idea clave que dio paso a la democracia moderna, fue la soberanía popular. Si los reyes soberanos sólo respondían ante Dios, los representantes políticos del Estado moderno han de responder ante el pueblo que los nombró. Los votos no les conceden una autoridad ilimitada, sino la obligación de ejercer el poder público en beneficio del pueblo. De acuerdo con la formulación clásica de Abraham Lincoln, es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. En este sentido, buena parte de la evolución de los regímenes democráticos se explicaría como un esfuerzo continuo por hacer más responsables a los gobiernos frente a la sociedad.
Norberto Bobbio,[5] por ejemplo, ha escrito que la verdadera democracia de nuestros días ha dejado de cumplir algunas de las promesas que se formularon en el pasado y ha culpado a los partidos políticos de haberse convertido en una de las causas principales de esa desviación. Pero antes que él, otros intelectuales ya habían advertido sobre la tendencia de los partidos a convertirse en instrumentos de grupo más que en portadores de una amplia participación ciudadana. Y ahora mismo, uno de los problemas teóricos y prácticos de mayor relevancia en las democracias occidentales consiste en evitar que las grandes organizaciones partidistas se desprendan de la vida cotidiana de los ciudadanos. A finales de siglo XX e inicios del presente, los debates sobre los mandatos imperativos que, como vimos, acompañaron el surgimiento de la democracia, han sembrado también dudas nuevas sobre el verdadero papel de los partidos políticos como conductores eficaces de las múltiples formas de participación ciudadana que se han gestado en los últimos años. De ahí, en fin, que no pocos autores hayan acabado por contraponer los términos de representación y de participación como dos vías antagónicas en la construcción de la democracia.
“Conservar un cierto equilibrio entre la participación de los ciudadanos y la capacidad de decisión del gobierno es, quizás, el dilema más importante para la consolidación de la democracia. De ese equilibrio depende la llamada gobemabilidad de un sistema político que, generalmente, suele plantearse en términos de una sobrecarga de demandas y expectativas sobre una limitada capacidad de respuesta de los gobiernos. Término difícil y polémico, que varios autores interpretan como una trampa para eximir a los gobiernos de las responsabilidades que supone su calidad representativa, pero que de cualquier modo reproduce bien las dificultades cotidianas que encara cualquier administración pública. Los recursos públicos, en efecto, siempre son escasos para resolver las demandas sociales, aun entre las sociedades de mejor desarrollo y mayores ingresos.”[6]
El ciudadano de nuestros días está lejos de la obediencia obligada que caracterizó a las poblaciones del mundo durante prácticamente toda la historia. La conquista de los derechos que condujeron finalmente al régimen democrático -derechos civiles, políticos y sociales - cubrió un largo trayecto que culminó- si es que acaso ha culminado -hasta hace unas décadas.
El tema ha traído al tapete, la revisión del sistema democrático y las permanentes discusiones de los intelectuales y clase política de la diferencia de una democracia directa y una democracia representativa, que según Sartori, “ es que en esta última el ciudadano sólo decide quién decidirá por él ( quién lo representará), mientras que en la primera es el propio cuidadano quien decide las cuestiones: Por tanto la democracia representativa, exige del ciudadano mucho menos que la directa y puede operar aunque su electorado sea analfabeto”[7]
A manera de síntesis podemos señalar que la participación ciudadana, es el fundamento legítimo de la democracia moderna, donde el ciudadano interviene sobre los asuntos que tiene que ver el gobierno a nivel local y nacional. Es un derecho esencial, que pasa por un proceso de cambio de actitud del ciudadano frente a las decisiones y políticas que definen sus representantes, reconociendo que el ejercicio del poder, debe apuntar al beneficio del bien común y por tanto es una responsabilidad compartida, que exige al ciudadano de su participación y al gobernante, la rendición de cuentas, del poder que se le ha conferido.
[1] AmacGee Rosemary. Marcos Legales para la participación ciudadana. Logo Link 2003.Pág.33
[2] Leis Raúl R. Abrir canales de participación: descentralización y poder local. Panamà.2000.Pág.8
[3] Sanhueza, Andrea. Corporación PARTICIPA. Foro Público. Chile.2002
[4] Breñaza Claudia . Acerca de la participación ciudadana y protagonismo social. La Plata, 2003.
[5] Norberto Bobbio, El futuro de la democracia, Fondo de Cultura Económica, México, 1986, pp. 16-26
[6] Merino, Mauricio. La participación ciudadana en la democracia. Cuadernos de divulgación de la cultura democrática No..4. Publicaciones del Instituto Federal Electoral.
[7] Sartori Giovanni.En defensa de la representación política. Revista CLAVES de la razón práctica. No.91 Pág.6. 1999.
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